Jesús es nuevamente cuestionado sobre su procedencia divina y Él, ante la actitud de incredulidad de quienes le rodeaban en el Templo, declara que para “ser de sus ovejas” hay que escucharlo y creer en Él.Como “oveja”, yo debo “escuchar la voz” y debo seguir al Pastor. Dios me está pidiendo mi colaboración para permanecer en su mano. Entiendo el poder infinito de mi Padre; pero también entiendo la necesidad de mi participación libre. Él me indica el camino; yo lo escucho y decido asirme de su mano y Él me promete que nadie me arrebatará de ahí. La fe supone una afinidad espiritual con la verdad. Debo propiciar la primera, a través de la búsqueda de la segunda, que no es otra cosa que la “voz”, que en forma muy concreta encuentro en las Sagradas Escrituras, pero que también puedo escuchar en mis semejantes, si afino mi oído y pulo mi corazón. ¡Quiero Señor, a través de esta pequeña reflexión, contagiar mi anhelo de escuchar tu voz y de asirme de tu mano!

Del santo Evangelio según san Juan: 10, 22-30
Por aquellos días, se celebraba en Jerusalén la fiesta de la dedicación del templo. Era invierno. Jesús se paseaba por el templo, bajo el pórtico de Salomón.
Entonces lo rodearon los judíos y le preguntaron: "¿Hasta cuándo nos vas a tener en suspenso? Si tú eres el Mesías, dínoslo claramente".
Jesús les respondió: "Ya se lo he dicho y no me creen. Las obras que hago en nombre de mi Padre dan testimonio de mí, pero ustedes no creen, porque no son de mis ovejas. Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy la vida eterna y no perecerán jamás; nadie las arrebatará de mi mano. Me las ha dado mi Padre, y Él es superior a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre. El Padre y yo somos uno". Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.